La vida te sorprende. A veces encuentras a la gente más especial en los sitios más insospechados...
La imprenta Azmitia es un sitio sombrío. Primero atraviesas un pasillo lleno de cabinas para las conferencias con el extranjero y después llegas a un espacio indeterminado con varias divisiones, pero con paredes de tres cuartos que no llegan al techo.
La poca luz que tiene viene de los tubos de neón que cuelgan tristes y aburridos. Todo en la imprenta Azmitia se antoja gris y pesado. Hasta que llegas a la mesa.
Escondida entre los papeles y libros de cuentas de un escritorio destartalado, apareció ella. Pelo corto colochito -encrespado-, con mirada lánguida pero inquietante. Apartó su libro de cuentas y preguntó: "Qué se le ofrece, joven?" Después de tres semanas, había decidido hacerme una copia de las llaves para tener un poco de independencia: "Pues venía a hacer unas copias de estas llaves". "Ahora mismo". Se levantó con torpeza, recogió las llaves que le había dejado encima de su escritorio y, desde la otra habitación, se escuchó: "el señor quiere una copia de cada llave".
Mientras, miraba el mural de tarjetas de visitas que tenían como muestrario: "Cuánto costaría hacer unas tarjetas? Sencillas, en un solo color...", "pues depende del papel, aquí puedes ver los que tenemos", dijo alargando un viejo catálogo de Galgo. Después de echarle un vistazo, devolví agradecido las muestras.
"Es usted español, verdad? Es que yo oigo las noticias de España y su acento es parecido"
"Y de donde es usted?". "Ah, que bonito debe ser aquello. Yo he visto Sevilla en la televisión, en algún reportaje... allí es donde estuvieron los árabes, no? Qué cosas tan bonitas les dejaron... y ustedes conservaron... Pues yo no se por qué, pero los españoles destrozaron todo, todo, todo lo que se encontraron cuando llegaron. Con las maravillas que tenían los mayas, había unas ciudades preciosas, muy bien organizadas... pero no, no lo respetaron".
"Y los códices.. qué pena!", "algunos les quedaron, no?", "sí, tres! pero que pena..." En su voz se apreciaba la tristeza por los vestigios perdidos, sin embargo también se dejaba entrever su resignación y, al mismo tiempo, su admiración por los que llegaron en aquella época.
"Anonas!", gritó alguien que llegaba por el pasillo con una voz templada pero contundente, de esas que se escuchan entre el bullicio del mercado anunciando el género. El sol de la calle contrastaba con la escasa iluminación del interior y sólo acertamos a ver la silueta recortada de una mujer con un barreño en la cabeza.
"Traigo anonas, señores! Están para comérselas... algunas maduras y otras que aguantan aún unos días". "Anda, en España lo llamamos chirimoyas... a mi madre le gustan mucho". Faltó tiempo para que, apoyado el barreño en el suelo, abriera una para dejármela probar. "No, gracias... a mi no me hacen gracia".
Desde su pesada silla, sentada detrás del escritorio, la sra. Azmitia comenzó su historia: "A mi madre también le gustan mucho. Tiene ya noventa y cuatro años... y está siempre en la cama, no se levanta, no se levanta para nada. Pero está muy bien, ha sido una mujer muy buena... muy buena madre, muy buena esposa. Con sus 4 hijos y sus 8 hijastros. Nos crió a todos por igual.. bueno, quizás trataba mejor a sus hijastros. Pobrecita, se quedó viuda muy joven. Mi padre era militar y, cuando cayó el general Urbico, mandaron matar a toda su compañía. No nos ha faltado nunca nada. Él siempre estaba fuera, que si en Río Dulce, que si en Flores, que si en Puerto... y mi madre nos conseguía de todo. Cuando lo mataron se acabó lo bueno... tuvo que vender sus aretes, los relojes, los muebles.. vendió todo, todo, todo. Y nunca nos faltó nada. Ahora ya somos todos mayores, claro! Pero nos quiere seguir cuidando. Ella está con mi hermana Irma. La tiene como una muñeca, como un bebé... diariamente le cambia la ropa de cama, la lava, la viste, la peina. Incluso ella le llama 'mamá'. Cuando se acerca, le pregunta 'donde está mi mamá?' y mi hermana Irma le contesta 'aquí, aquí está tu mamá'. A mí me sigue llamando su morenita. Cada vez que voy a verla me dice 'ay, mi morenita.. ay, mi niña bonita! tú siempre ha sido mi negrita'. A sus noventa y cuatro años, y está feliz, muy feliz. Dejame ver esas anonas, por si esta tarde le llevo alguna, que le gustan mucho".
La ternura con la que nos había hecho partícipe de su historia contrastó con la audacia que demostró para regatear. Mientras el sr. Azmitia salía para darme las llaves y cobrarme, la señora se acercó al barreño y cogió dos o tres chirimoyas: "ay, cómo que a cuatro quetzales cada una! eso es muy caro!" -refunfuñaba- "El sábado en el mercado las compré más baratas".
Creo que antes de irme escuché cómo cerraban un "tres por seis quetzales".
"Que tenga buena tarde, jovencito", contestó a mi despedida.
Fuera el sol rugía, hacía muy buen día para haberlo perdido entre el centro, el banco y un par de casas.
AB
martes, 30 de octubre de 2007
Historias de anonas
en 17:48
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1 comentario:
a partir de ahora te voy a llamar Gabo...me he sentido igual que al leerlo...nunca has pensado en escribir una novela?? Creo que lo harías muy bien (no es amor de prima)
Tu prima muniquesa
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